El cuento de nunca acabar

Fue la primera noche que T rechazó que le contase uno de mis cuentos. Hasta entonces, agradecía todas mis historias, mis metáforas y mis oxímorones. Con una sonrisa y un qué-bonito-amiga, se dejaba mecer al arrullo de sonidos desconocidos que sabía que a mi  me hacían sentir tan bien. Pero aquella noche dijo no, se remangó, me quitó los pinceles de las manos, y me aseguró que este cuento lo iba a contar ella. 



De momento, sólo lo ha empezado, pero tiene pinta de que va a ser tan maravilloso como las mil y una noches, y que aún queda mucho tiempo para que le pongamos un fin. Si es que los cuentos felices tienen fin.

Proceso creativo
Crear un cabecero de cuento para adultos, intentando eliminar  el peso infantil del rosa (color que fue el único requisito innegociable de la dueña).
Materiales
- Lijadora mouse con lija de grano 80
- Pintura al agua rosa
- Goma laca
- Rodillo, muñequilla, pincel
Transformación
El cabecero es un tablero de pino, así que lo primero que hice fue lijar lo para alisar las superficies. Como quería aprovechar la beta de la madera para rebajar el peso del rosa, decidí teñir, y no lacar, el tablero. Aunque existen pinturas ya preparadas para hacerlo, yo decidí crearla simplemente licuando la pintura hasta conseguir la textura que quería para que resultase translúcida. Después, un buen lugar en el que colocar el gran tablero, y extender con rodillo.
Tras secar, con muñequilla, le di una capa de goma laca como pátina final.
Tras mucho pensar, se nos ocurrió rematar el cuento precisamente con el inicio del mismo: “érase una vez”. Así que, como seguíamos queriendo un tono suave, hubo que escribir directamente con los pinceles para que no se transparentase el lápiz. Por eso, dibujamos las líneas con celo de toda la vida, pero de colores (ahora llamado washi tape), y el pulso de T hizo el resto.

Y voilà! Listo para ocupar su sitio en la casa. En la de be, en la de T, o en la tuya...

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